Amadeo Labarta era muchísimo más que los geranios de Atotxa. Uno de nuestros grandes. Una leyenda, desconocida por muchos.
Hay leyendas del fútbol que son más recordadas no por su trayectoria, sino por la huella que dejaron. Y, sin duda, Amadeo Labarta es uno de esos grandes mitos. Quizás fuera más recordado por sus geranios, que por su recorrido como futbolista. Pero Amadeo fue mucho más que todo eso:
Natural de Pasai Antxo, formó parte del histórico primer once inicial de la Real Sociedad en la Liga, junto con Bienzobas, Marculeta, Mariscal, Cholín o Kiriki, entre otros. Llegó al conjunto donostiarra en 1925 y disputó 257 partidos en las 11 temporadas en que vistió la camiseta txuri-urdin, llegando a anotar 4 goles. Se proclamó campeón de Gipuzkoa en tres ocasiones y disputó la final de Copa más larga de la historia. También fue olímpico en Amsterdam 1928.
Después, con el estallido de la Guerra Civil se vio obligado a dar por finalizada su carrera futbolística. Labarta perdió un ojo durante el conflicto bélico y no pudo volver a calzarse las botas.
Una vez retirado de la competición, fue conserje de Atotxa durante 40 años. Vivía con su madre encima de las taquillas del estadio, de cuyas ventanas colgaban macetas de geranios y la jaula de un canario. Según relata el periodista Ander Izagirre en su libro Mi abuela y diez más, «entre semana la madre de Labarta, de unos 80 años, tendía las camisas, las bragas y los calcetines de la familia en unas cuerdas amarradas en el córner entre la grada de Frutas y la de Duque de Mandas». Labarta, que también ejercía como cantaor de flamenco en programas radiofónicos y espectáculos, se ganó el cariño de la afición txuri-urdin.
Amadeo Labarta, el hombre que hizo de la Real no sólo su vida, también su casa.